sábado, 3 de agosto de 2013

EL FIN DEL MUNDO


   Cuentan las leyendas que las temibles aguas de la Costa de La Muerte sepultaron en la antigüedad míticas ciudades, y cuentan las noticias, esta vez demostradas, que muchos barcos se han hundido en ellas.
  Leyendas de ciudades sepultadas, supersticiones, santos y meigas que curan el "meigallo" (mal de ojo) o piedras que son "milagreiras"... El recorrido, que va desde A Coruña o desde la Ría de Noia y Muros hasta Finisterre, está jalonado de iglesias, naturaleza salvaje y aguas bravas. (http://www.costadelamuerte.com)


  Cuando aquella mañana subimos a la Drag en Santiago, ya sentía una emoción especial, nos acompañaba Óscar con su Wild Star, porque Galicia hay que verla y sentirla con un gallego de verdad al lado. Los más de mil kilómetros recorridos hasta allí habían quedado atrás, el calor y la monotonía de cruzar Castilla en diagonal desde Castellón ya no importaban ni pesaban en absoluto, para mí era cubrir una etapa, llegar al final de algo. A principio de los noventa, soñé muchas veces en ir con mi Virago hasta el final del oeste, a donde ya no podía ir más allá, al fin de la tierra que pisaba; pero nunca se dieron las circunstancias ni la posibilidad, pero ahora estaba allí, a poco más de dos horas de carretera y con un itinerario mágico por la AC-550, Esteiro, la ría de Muros, el monte Louro, Lira, Carnota, Ézaro, Cee, Sardiñeiro, Corcubión, y al final Fisterra, a la que los romanos nombraron como Finis Terrae, ellos habían seguido al pueblo Celta, un pueblo que cruzó toda Europa durante siglos hasta encontrar el límite desde el cual contemplar en el ocaso su paraiso, su cielo, su más allá.
  El día era perfecto, aquí es una bendición del Santo disfrutar de sol, cielo y mar azul y una temperatura perfecta, la carretera una delicia, serpenteando entre las playas, acantilados, cruzando pueblos y aldeas sin prisa, sin querer perder detalle de todo lo que te rodea y te sorprende detrás de cada curva, del olor a mar y a bosque, la esencia de esta tierra.
  Repostamos en Muros, y nos desviamos por las aldeas cercanas, dejamos las motos y caminamos por las callejas, entre los hórreos de granito, las pequeñas parcelas con las hortalizas y el maiz, y pudimos hablar con las gentes de esa “Galicia profunda” que pudimos percibir en su verdadera dimensión, la humilde y tradicional, la mágica … Lo dicho, Galicia hay que verla con un gallego.
  La siguiente parada en Carnota, para ver el hórreo mayor de Galicia, con sus veintidós pares de patas. Montamos de nuevo y hasta Ézaro, con la increíble desembocadura del río Xallas en cascada bañando las faldas del Monte Pindo, el olimpo celta, lugar de leyendas (una vez más, ¡cómo no! …Galicia se levanta sobre leyendas y granito); desde allí subimos por una cuesta vertiginosa al mirador, desde donde se contempla toda la ría y gran parte de la costa Da Morte, casi se corta la respiración por el panorama, con la península de Fisterra cerrando el escenario por el N.O. 
Mirador en Ézaro
                                 
  Ya había perdido la noción del tiempo, las emociones se agolpaban, hicimos un alto en O Sardiñeiro, nada mejor que unos longueirones, mariscos y una caldereta de merluza a la cazuela en O Merendeiro, lugar precioso que recomiendo junto a la playa, cocina espectacular y buen Albariño, pegadito a la arena, un lugar perfecto para relajarse, pero había que seguir, … el último tramo del Camino pasa por su puerta.

             

  Unas curvas más, y tras cruzar el pueblo de Fisterra, llegamos donde acaban todos los caminos, el fin del mundo. Aparcamos frente al faro, y recorrimos los últimos metros hasta asomarnos al mar entre rocas, toxos y mimosas, y los restos chamuscados de las botas de los peregrinos, haciendo comentarios pero guardando los silencios necesarios que impone un lugar tan especial, (allí nadie hizo ruido ni dió voces), y la contemplación sosegada de un horizonte azul infinito, porque lo que hoy sabemos que existe más allá es otro mundo, ignorado y misterioso durante siglos, no hay mejor sitio para finalizar algo que esos acantilados de granito, ni mejor momento que el que nos tocó, la puesta de sol, el lugar perfecto para encontrar su final a cualquier cosa …  y comenzar algo nuevo y esperanzador.

  Espero poder retener por mucho tiempo, la paz, la reflexión y el equilibrio que aquel extremo del mundo me contagió.

(a Argentina y Óscar)



  Quizá ese nombre tan simbólico, esas creencias en las ánimas errantes, tengan su origen en ese punto final del Camino. Son muchos siglos de peregrinaje, tantos que ya nadie recuerda cuándo comenzó todo, fue mucho antes de la cristianización de nuestra tierra, antes de que nadie bautizara con el nombre de Santiago al Camino.
  Cuentan que hasta el extremo de nuestros cabos llegaban exhaustos cada año hombres del norte, venían caminando desde sus tierras frías, buscando una muerte simbólica que les condujera hacia otra nueva vida, venían a morir al occidente, al lugar donde muere cada atardecer la luz.
 En un rito hermético arrojaban al mar todo cuanto portaban de valor, despojándose de todo aquello que les encadenara a su vida anterior, para comparecer pobres y desnudos al ritual de iniciación de su nueva existencia. (http://www.xente.mundo-r.com/fillosdebreogan/leyendasgallegas35.htm)


Desde la carretera: anochece, vuelta al "resto del mundo"
               


martes, 19 de febrero de 2013

La Montaña Eterna

Este último domingo, algo agobiado por las tediosas tardes dominicales de invierno, me subí a la Drag y salí sin destino fijo, como tantas veces, aunque últimamente menos, es un lujo gastar gasolina sin una intención clara. Tardé veinte minutos en helarme hasta la médula, una vez más no iba equipado, simplemente "de calle" con el chaquetón del Decathlon, los guantes y el casco, ¡dichosa  improvisación!, pero me suele ocurrir, y nunca se me ocurre bajar hacia el mar, busco las montañas, esas torres naturales que saludan los primeros rayos de sol y despiden los últimos cuando cae el día; y la sierra Calderona no es un sitio caluroso en febrero; llegué a Monmayor, apenas a 20 Km de casa, es una excelente atalaya para perder la mirada en la lejanía, me senté bajo una carrasca y dirigí la vista hacia el llano, y allí, a lo lejos, por encima de la lejana sierra Espadán asomaba la roca de la cima del Penyagolosa, en su pared sur, tan familiar como siempre. Domina casi toda la provincia de Castellón y, debido a su altura (1.813 m) es visible prácticamente desde cualquier lugar de la provincia.

 Más allá de la atracción que siempre ha tenido la montaña para cualquier hombre, morada de los dioses, obstáculo difícil de franquear y culminar, símbolo de lo grandioso (el amor mueve montañas), cercanía al cielo ...; esta visión me llevó a mi niñez en Castellón, desde mi terraza la veía roja en los atardeceres mediterráneos o nevada anunciando la dureza del invierno; cuando llegaba navidad mi abuela aseguraba que si nos empeñábamos podíamos divisar la caravana de los magos de Oriente ... ¡y mis hermanos y yo la veíamos!, es increíble la imaginación de un niño, e incluso adivinábamos el lento movimiento de la caravana de un día para otro, el día cuatro de enero ya no se divisaba ... ¡ya estaban en la Plana!. ¿Y por qué esta regresión a la niñez?, quizá porque últimamente están apareciendo escenarios muy similares, la preocupación por llegar a fin de mes, la de tener provista la despensa, las urgencias cerradas, el preparar la cartera cuando alguna enfermedad mina tu salud, la tristeza de las escuelas públicas por su desmantelamiento frente a los niños bien peinados y con uniformes impecables de los colegios religiosos y privados, los vecinos saliendo por la mañana a buscar un jornal de supervivencia, el descrédito de la política, la picaresca de un país que parece que solo sepa vivir entrando por la puerta de atrás y votando una y otra vez a los mismos que lo saquean; y en fin, este panorama actual que nos roba la esperanza, el peor delito sin duda. Sí, quizá recuerdo mi niñez en los 50 y 60 con una frecuencia sospechosa y a veces descorazonadora, triste porque puedan mis hijos volver a una vida que creía olvidada e irrepetible por lo negativo que tuvo en determinadas vivencias.
 Muchos años después el Penyagolosa sigue ahí, igual que entonces, a caballo entre Castellón y Teruel,  inamovible e invariable, testigo de lo que permanece en contraste con la brevedad y variabilidad de la vida del hombre, igual que lo vieron hace miles de años y se puede ver ahora. Es una de mis motañas preferidas, la veo cuando viajo, siempre es el inicio de cualquier viaje, me despide al marchar y me recibe al regreso como lo hace con el sol, da igual ir hacia l norte, el sur o el oeste, y con su casi eterna presencia me desvela lo insignificante que ha sido y que será mi vida, por mucho que dure, ¡qué poca cosa somos ante una montaña!, quizá el tamaño sea lo de menos, su abrumadora sombra es su proyección en el tiempo, su eternidad capaz de convertir en piedra plantas y animales que fluyeron en mares prehistóricos y que ningún ojo humano vió pero que la montaña guardó en su seno para nosotros y recordarnos lo vieja que es nuestra Tierra cuando somos conscientes y admiramos las cicatrices de su piel ... las montañas.


"Cuando os separéis de un amigo, no sufráis; Porque lo que más amáis en él se aclarará en su ausencia, como la montaña es más clara desde el llano para el montañés." (Khalil Gibran)